Amor de Cantina

-Lo nuestro es amor de cantinas...- Te dije, mientras una mirada juguetona me penetraba suavemente -Es un amor turbio, sucio, pasional; de cantina...- Intenté explicarte, a través del mar del alcohol consumido.

Mirá, -inicié- somos un amor de cantina: De luces tenues y aroma a tabaco; de bailes prohibidos y miradas escondidas. Huimos de la cotidianidad y el tedio para envilecernos con un veneno más que liquido, más que mental; un veneno del alma y el espíritu, un veneno llamado tentación, con sabor a piel y sudor, anizado con labios y caricias. -reíste- No creo que me entendás. Ya son, ¿7 años, 6 tal vez? Menos, más... ¡Qué importa! Lo nuestro es esto, este momento. No tenemos un mañana más que el despertar en alguna cama anónima, de algún motel decadente, en una ciudad sin dueños. Con el vaho del calor humano y la resaca de una moralidad acribillada con el sexo. El pasado son sólo huellas, fotografías desteñidas que no alcanzan a pintar la película que somos, esa comedia romántica con matices trágicos que somos.

Me hundía en el humo de un cigarro, ahogando las nerviosas mariposas que desbordaban en mi pecho. ¿Porqué putas se me cruza decir eso? No podría importar menos. Si somos como una pasión que arde sin control, y como polillas, nos atraemos el uno al otro por esa incandescencia. No dijiste nada, nunca lo hacés, no hay porqué. Reíste una vez más, tomaste mi mano y en un beso silenciaste cuanto reclamo pude haber efectuado. Te levantaste y me llevaste hacía afuera, a alguna cama anónima, de algún motel decadente, de una ciudad sin dueños.